martes, 19 de noviembre de 2024 06:42 www.gentedigital.es
Gente blogs

Gente Blogs

Blog de Javier Memba

El insolidario

Historia de cien años de música en el cine (VII)

Archivado en: Inéditos, cine, bandas sonoras, Historia de cien años de música en el cine

imagen

 

 

 

7. El musical estadounidense

            Ese entusiasmo de Jimmy Doyle en New York, New York el día de la Victoria de 1945 es el mismo que inspiró el renacer del cine musical en la posguerra, tras el relativo declive que conoció al final de los años 30. No hace falta ser Adorno para comprender: era la paz después de tanta sangre y había ganas de cantar y de bailar. Todo era alegría y fue ese Minnelli ya citado en el capítulo anterior quien mejor la supo expresar.

            Hijo de un músico italiano y una actriz francesa, Vicente Minnelli nació en Chicago en 1913 y se inició en el entertainment a una edad más temprana que los grandes compositores de bandas sonoras en la música. Sólo tenía tres años cuando se subió a un escenario por primera vez dentro de la troupe familiar y quince cuando se empleó como fotógrafo de una cadena de music hall. Aquella ocupación debió de ser determinante en la formación de su poderoso sentido de la plasticidad, al igual que los oficios de figurinista y de decorador, que desarrolló posteriormente, fueron el origen de su don para la puesta en escena.

            Sólo cuenta veinticinco años cuando estrena sus primeros montajes en Broadway y en el Radio City Music Hall. Aquellas piezas son lo suficientemente buenas como para llamar la atención sobre él del productor Arthur Freed, quien lo capta para esta casa. La sintonía entre Minnelli y el estudio no puede ser mayor: treinta y una de las treinta y cuatro películas que integran su filmografía serán producidas por la Metro. Tras Una cabaña en el cielo llegan, entre otros, Cita en St. Louis (1944), El pirata (1948) o Un americano en París (1951), donde pone en escena el poema tonal del mismo nombre de George Gershwin. Siempre en alternancia con deliciosas comedias que dirige con ritmo de musicales -El padre de la novia (1950), El padre es el abuelo (1951), Mi desconfiada esposa- y suntuosos melodramas -Madame Bovary (1949), el díptico ya aludido sobre el cine o El loco del pelo rojo (1956)- llegarán Melodías de Broadway (1953) y Brigadoon (1954), esta última con música de Conrad Salinger. También será Salinger, en colaboración con André Previn, quien escriba Gigi (1958).

            Dean Martin, uno de los grandes crooners de ayer, de hoy y de siempre cantará una buena parte de Suena el teléfono (1960), el último gran musical de Minnelli para la Metro.

            Para la Metro también trabajó George Sidney, quien, al igual que Minnelli hiciera con sus comedias, dirigió aventuras de capa y espada en la Francia del Antiguo Régimen a ritmo de musical. Y a buen seguro que Los tres mosqueteros (1948) y Scaramouche (1952), los dos títulos de espadachines de Sydney, deben buena parte de su cautivador encanto a esa vitalidad y a esa fotografía de musical que los transitan. De vocación tan temprana como casi todos los que protagonizan estas páginas, Sidney (Nueva York, 1916) se inició en el cine como actor infantil en algunas cintas protagonizadas por Tom Mix, uno de los primeros héroes de las películas de caballistas, que aún se llamaba al western.

            La Metro fue a la edad dorada del musical lo que la RKO a los albores del género en los años 30. George Sidney llegó a ella con veintiún años para realizar ciertos cortometrajes -que hoy llamaríamos videoclips- que en más de una ocasión fueron merecedores de la preciada estatuilla. Sin embargo, el Sidney que la historia del cine contempla es el que nos brinda amenidades tan deliciosas como Escuela de sirenas (1945), el primero de los ballets acuáticos de la maravillosa Esther Williams. Un año después llegaba la que, para la crítica carente de prejuicios ante el musical, fue su primera obra maestra: Levando anclas. A diferencia de Minnelli, su colaboración en Ziegfeld Follies (1945) esa misma temporada sí aparece debidamente acreditada.

            Hasta que las nubes pasen (1946), Magnolia (1951), Kiss Me Kate (1953) y The Eddy Duchin Story (1956), fueron algunos de los siguientes títulos de Sydney. Ya en la plenitud de sus facultades y en el otoño de su filmografía, el maestro nos brindó dos últimos placeres: Pal Joey (1957) y Un beso para Birdie (1963). Éste fue un musical atento a los efectos que la afición al aún incipiente rock de los jóvenes comenzaba a causar en la vida doméstica; Pal Joey, una nueva versión de un éxito en los escenarios de Nueva York.

            Rota su colaboración con la Metro, a diferencia de Minnelli, que se siente desorientado e inicia la que para algunos comentaristas es una experiencia tan errática como la de Bud Powell en París, Sidney no tiene ningún problema en firmar un contrato con la Columbia para poner en escena la versión cinematográfica del espectáculo que encumbró a Gene Kelly en el Broadway de 1940: Pal Joey.

            Pero Kelly, otro de los pilares del musical en la casa del león, no estaba por la labor. Así que The Lady is a Tramp, la canción que él popularizó en los escenarios de Nueva York, fue dada a conocer internacionalmente por Sinatra, a quien le fue confiado el personaje de Joel Evans en la cinta de Sidney. La coreografía se le encargaba a Hermes Pan, un antiguo colaborador Sandrich en la RKO.

            Las carreras de los tres se prolongarán hasta el ocaso del género. Así, ya en Inglaterra, Sidney producirá y dirigirá La mitad de seis peniques (1967), un vehículo para la reconversión a la canción romántica de Tommy Steele, un antiguo teddy boy que en tiempos representó a los amantes británicos del rock & roll más radicales. Kelly -acaso la imagen prístina del género en este periodo- será el responsable de Hello, Dolly (1969); Pan coreografiará Darling Lili (1970), una aproximación al musical de Blake Edwards.

            A Walter Lang, otro de los grandes mercenarios de la puesta en escena que frecuentan el musical en este nuevo renacer del género, ese sentido de la plasticidad, tan de rigor en el director de musicales como la precocidad en el compositor de bandas sonoras, debió de venirle de una anterior faceta pictórica, que compaginó con una actividad interpretativa en la escena. Tras iniciarse como director de musicales en la RKO, pasó a la 20th Century Fox, estudio para el que dirigió la adaptación a la pantalla de El rey y yo (1956). A Lang debemos Can-Can (1960). A él y la experiencia gala de Cole Porter, quien combatió en la Legión Extranjera Francesa durante la Gran Guerra antes de ser autor de la música de este nuevo acercamiento del musical estadounidense a un París mítico, en el que se confunden la Belle époque con el Segundo Imperio, en cintas tan encantadoras como las ya referidas Un americano en París y Gigi. En el cartel de Can-can, junto a Sinatra (François) nos encontramos a Shirley McLaine (Simone) y a los dos franceses por excelencia del musical estadounidense: Maurice Chevalier (Paul) y Louis Jourdan (Philippe). Entre todos ellos brindaron a la posteridad números como los de C'Est Magnifique, I Love París -a cargo de Sinatra y McLaine- o Just One of Those Things (Chevalier).

            Amén de por el gran trabajo de Nelson Riddle, capaz de orquestar con idéntico swing a Oscar Peterson y a Dean Martin, cumple por último dar noticia del escándalo que provocó otro número -el del ballet de Adan y Eva- al entonces premier soviético, que asistió a su rodaje como invitado durante una visita a Hollywood. Fue a coincidir en esto con la censura española, que decidió suprimir la secuencia en la copia que se exhibió nuestro país.

            Mucho habría que hablar sobre el miedo que provoca en la tiranía el placer sexual de los sojuzgados, pero es infinitamente más grato referirse a la incorporación al musical de Stanley Donen. Tan feliz suceso tuvo lugar de la mano de Gene Kelly, con quien Donen compartió la dirección de Un día en Nueva York (1942), esplendido debut en la realización de un autor que habría de retratar a nuestra adorada Audrey Hepburn mejor que ningún otro en títulos como Una cara con ángel (1957), Charada (1963) o Dos en la carretera (1967). Estrechamente ligados estos dos últimos a la música de Henri Mancini, al segundo cumple calificarlo como una de las mejores reflexiones sobre el matrimonio que ha dado la gran pantalla. Igualmente proverbial por su flash-foward -acciones que suceden en un futuro respecto al tiempo establecido en la narración-, Dos en la carretera viene a demostrar la versatilidad de un cineasta que, habiendo debutado con un musical a lo Minnelli, habría de ser distinguido con la preciada estatuilla por su primera cinta en solitario. Siete novias para siete hermanos (1954). Filmografía ejemplar donde las haya, entre sus títulos habrían de sucederse cintas míticas -Cantando bajo la lluvia (1952)- con melodramas -Página en blanco (1960)-, comedias de intriga -Arabesco (1966)- con sentimentales e incluso aventuras de ciencia ficción: Saturno 3 (1980).

            Es tal el auge al que asiste el musical en estos años, que bien podrían estudiarse como el último fulgor del género, que hacen sus aportaciones a él cineastas que en una primera apreciación pueden antojarse tan dispares como Howard Hawks. En efecto, el autor de los ríos -o el de Nace una canción será mejor decir al caso- vuelve a llevarnos a ese París que tanto gusta al musical estadounidense en Los caballeros las prefieren rubias (1953), adaptación de la más célebre novela de Anita Loos. En sus secuencias, Marilyn Monroe -que aquí responde al nombre de Lorelai Lee-, interpreta la célebre Diamonds are a Girl's Best Friends con todo el candor y la ingenuidad que le eran habituales. Original de Jule Styne, Leo Robin, Hoagy Carmichel y Harold Adamson, el tiempo habría de convertir esta canción en una de las más célebres piezas de la estrella.

             "No es muy difícil hacer una buena película si se tiene una buena base: una buena historia y unos buenos actores, el resto es sencillo", recordaría el propio Hawks sobre la filmación de Los caballeros las prefieren rubias-. "Basta con obrar con lógica. Lo decisivo en una película es el rodaje, porque se da forma definitiva a todo, se cambian cosas, se improvisa. Pero todo esto, repito, lo va dictando la lógica".

            Lógica que, de cara al público, fueron los encantos de Marilyn Monroe y Jane Russell.

            A lo que ya es más difícil encontrarle esa lógica es al dato de que sea Fred Zinnemann el responsable de Oklahoma (1955). Cuesta trabajo imaginarse al autor de un western de la talla de Sólo ante el peligro -cuya banda sonora, como ya hemos visto, también hizo historia- llevando a la pantalla una opereta de Richard Rogers y Oscar Hammerstein II. Parece ser que Zinnemann aceptó el desafío por las posibilidades que le ofrecía el Todd-AO. Ideado por Michel Todd, fue aquel uno de los grandes formatos de pantalla con los que el cine intentó presentar batalla a la televisión. La complejidad de su sistema de sonido lo hacía especialmente apto para los musicales. Gordon McRae (Curly) y Shirley Jones (Laurey) fueron los protagonistas de éste.

            Otra pieza de Rogers y Hammerstein II, ésta ambientada en la Nueva Inglaterra de 1900, dio lugar a Carousel (Henry King, 1956). También protagonizada por Gordon McRae y Shirley Jones, su propuesta se desmarcaba de ese candor habitual para presentarnos una historia con robos y crímenes. La dirección orquestal estuvo a cargo de Alfred Newman.

            Casi puede decirse que ese tono sombrío que se prefiguraba en Carrusel alcanzó su máxima expresión en West Side Story, que inaugura, y casi clausura, el musical con inquietud social. Dirigida por Jerome Robbins y Robert Wise, esta revisión de Romeo y Julieta contó con música de Leonard Berstein. Director de la Orquesta Filarmónica de Nueva York desde 1943, aunque Berstein sólo llegó a escribir una banda sonora, la de La ley del silencio (Elia Kazan, 1954), el cine frecuentó su obra.

            En efecto, Un día en Nueva York, aquella maravilla surgida de la colaboración entre Donen y Kelly, estaba basada en una pieza de Berstein -On the Town (1943)- que a decir de la crítica fue el primer musical sinfónico. West Side Story, el primer musical con inquietud social, no le fue a la zaga en lo que a calidad cine se refiere. Distinguida con una decena de estatuillas, entre ellas el Oscar a la Mejor Película, a su modo fue una cinta rompedora. Para empezar, guiada por cierto afán que bien puede calificarse de realista frente a ese aire de ensoñación presentado por el resto de las propuestas del género, se desmarcaba tanto de la dulzura que le era común como de esos tiempos pretéritos que, en aras de lo vistosidad de los vestuarios y decorados de épocas pasadas, solía ambientarse el musical. Aquí, los primeros decorados son las calles de Nueva York y sin edulcorar, retratadas desde el cielo con una fuerza inusitada. Sí señor, el debut de Wise en el musical no pudo ser más brillante. Al cabo de los años volvería al género en Sonrisas y lágrimas (1965), también sobre un espectáculo de Rogers y Hammerstein II, que habría de convertirse en todo un clásico del cine infantil. Por su parte, Robbins, el coreógrafo de la cinta y autor del guión de Un día en Nueva York, ratificó en West Side Story el aplauso que Broadway le venía dispensando de antiguo.

             En cuanto a la banda sonora propiamente dicha, como olvidar a la bella Natalie Wood interpretando Tonight. Aunque a decir verdad, la actriz fue doblada por Marni Dixon. María, el nombre del personaje que recreaba, también era el título de otra de las canciones de esta película que todos habríamos de tararear. Al igual que I Feel Pretty.

            West Side Story también marca el principio del fin del cine musical. No obstante, en su agonía, el género dejará títulos como My Fair Lady, que George Cukor dirigió en 1964 bajo la atenta mirada de Jack L. Warner, su productor, quien prestó más atención a este rodaje que al resto de las películas que ponía en marcha. Basada en el Pigmalion de George Bernard Shaw, Mi bella dama su título español, también tenía su origen en una adaptación teatral de esta misma obra, con libreto y canciones de Alan Jay Lerner y Frederick Loewe.

            Protagonizada por la delicadísima Audrey Hepburn (Eliza Doolitle) y Rex Harrison (Henry Higgins) su asunto giraba en torno a la reconversión de una antigua florista de Covent Garden en una señora refinada. Mientras ello sucede en unos decorados exquisitos, que no en vano contaron con la dirección artística del fotógrafo inglés Cecil Beaton -todo un esteta-, Eliza y Higgins tienen tiempo de interpretar piezas tan del dominio público, si se permite la expresión, como I could Have Dance All Night, On the Street Where You Live o Get Me to the Church On Time. A poco que haga memoria el lector, recordará haberlas tarareado más de una vez.

            Aunque, como vemos, el musical, básicamente, es un género estadounidense, ello no fue óbice para que el francés Jacques Demy, guiado por su afición a él, pusiera en marcha Los paraguas de Cherburgo (1964), una de las producciones más singulares de la nouvelle vague. Distinguida con el Gran Premio del Festival de Cannes, entre otros prestigiosos galardones, su singularidad consistió en ser la primera película cantada de principio a fin de toda la historia del cine. De más está apuntar la importancia de la música, original de Michel Legrand, quien a partir de entonces se convirtió en uno de los compositores más solicitados por la pantalla. El evocador tema principal de Los paraguas de Cherburgo no tardó en pasar a formar parte de la música ambiental de la época lo que, como venimos diciendo, era una especie de honor último para una banda sonora.

            Ya escuchábamos Los paraguas de Cherburgo en el hilo musical de hoteles y cafeterías cuando Legrand y Demy volvieron a colaborar en Las señoritas de Rochefort (1967), también cantada de principio a fin. Habida cuenta del éxito cosechado en la anterior, en esta nueva entrega Demy contó con el apoyo de Gene Kelly, quien aquí incorporaba a un músico: Andy Miller.

            Antes de darse a conocer internacionalmente en Hello, Dolly, Barbra Streisand obtuvo un primer aplauso encarnando a Fanny Brice, la estrella cómica de los espectáculos Ziegfeld en Funny Girl (William Wyler, 1969). A mitad de camino entre la biografía, a menudo tan dramática como suelen serlo las de los grandes cómicos, y el musical, Funny Girl fue uno de los grandes fracasos económicos de la temporada, lo que fue a acelerar el fin del género. Dada su doble condición de cantante y actriz, miss Streisand habría de ser una de las presencias frecuentes en ese musical último, ya en trance de muerte. Paralelamente, cantará o no en la película, su voz inmortalizará el tema central de algunas bandas sonoras. Ése fue el caso de la de Tal como éramos (Sydney Pollack, 1972), escrita por Marvin Hamlisch.

            Mucho se habló en su momento de la voz aguardentosa de Lee Marvin interpretando Estrella errante, original de nuestro dilecto Nelson Ridle en La leyenda de la ciudad sin nombre (Joshua Logan, 1969). Entre la comedia, el musical y el western, también estaba basada en un éxito de Broadway escrito por Alan Jay Lerner, su productor. Otro tema principal llamado a formar de la memoria colectiva, otro clásico de la música de la gran pantalla, en España incluso conoció una versión de José Guardiola. Como cabía esperar, la cara b de aquel single incluía Habló a los árboles, cantada por Clint Eastwood, coprotagonista de la cinta.

            Estrenada en Broadway en 1964, El violinista en el tejado estaba basada en una novela del ruso Sholom Aleichem: Las hijas de Tevye. El gran acierto de Norman Jewison en su versión cinematográfica, fechada en 1971, fue simbolizar la diáspora y la suerte del pueblo hebreo en la Rusia zarista en el lastimero sonido del violín, que en efecto tañe un violinista -doblado por Isaac Stern- que contempla la acción desde los tejados. Cuatro años llegó a permanecer en las listas de éxitos estadounidenses la banda sonora de El violinista en el tejado. En España la cosa no llegó a tanto, pero también se escuchó mucho aquel Si yo fuera rico que interpretaba Topol, el efímero protagonista de la cinta.

            Si hubiera que poner un punto y final al musical estadounidense, ése podría ser Cabaret (Bob Fosse, 1972). En cualquier caso, aunque algunos comentaristas lo prolonguen hasta la dudosa Flashdance (Adrian Lyne, 1983), Cabaret fue una película notable tanto por su calidad como por su banda sonora. Ambientada en el mítico Berlín de la república de Weimar, donde el cabaret como espectáculo conoció su edad de oro, en sus secuencias se dio a conocer internacionalmente Liza Minnelli, quien como hija de Vincente Minnelli y Judy Garland, la mejor actriz y la primera esposa de Minnelli, demostró llevar el musical en la masa de la sangre. Todo en su Sally Bowles -la cantante estadounidense que asiste al nacimiento del nazismo era desparpajo y vitalidad, Vueltas a ver al cabo de los años, sin interpretaciones de temas como Maybe This Time, Money, money o el propio Cabaret siguen causando la misma emoción.

Publicado el 14 de julio de 2011 a las 11:15.

añadir a meneame  añadir a freski  añadir a delicious  añadir a digg  añadir a technorati  añadir a yahoo  compartir en facebook  twittear  votar

Comentarios - 1

1 | roma trøje (Web) - 23/5/2018 - 03:46

Hey there, tidy web site you've gotten at this time there.

Tu comentario

NORMAS

  • - Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
  • - Toda alusión personal injuriosa será automáticamente borrada.
  • - No está permitido hacer comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • - Gente Digital no se hace responsable de las opiniones publicadas.
  • - No está permito incluir código HTML.

* Campos obligatorios

Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

Imagen

 

 

COMPRAR EN KINDLE:

 

 

 

contador de visitas en mi web



 

 

Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

EN TU MAIL

Recibe los blogs de Gente en tu email

Introduce tu correo electrónico:

FeedBurner

Archivo

Grupo de información GENTE · el líder nacional en prensa semanal gratuita según PGD-OJD